Henrietta Leavitt, la cinta métrica para medir el cosmos y el harén de Pickering.

Por suerte muchas  mujeres a lo largo de la historia superaron todos los obstáculos y consiguieron alcanzar sus objetivos, a pesar de que los hombres les negaron todo acceso a la universidad, como también les negaron cualquier participación en cualquier campo intelectual considerado competencia exclusiva de los hombres.  Evidentemente, todas esas mujeres, muchas de ellas olvidadas, otras con trabajos plagiados por el hombre, tienen el mérito de andar por un camino de minas y  seguir adelante a pesar del rechazo de sus familias y parejas.

Así lo hizo Henrietta Leavitt (1868-1921).  En el siglo XIX, las mujeres no podían estudiar astronomía por el simple hecho de ser mujeres, Leavitt a pesar de todo se matriculó en la Sociedad para la Instrucción Colegiada de las Mujeres, una especie de universidad para el sexo débil y carente de inteligencia,  siempre según los parámetros de los hombres, con esa subjetividad razonada y rebozada con testosterona.

Los hay que consideran un hecho más que justificado que los campos científico y cultural estén copados, en su mayoría, de nombres de hombres brillantes, porque las mujeres estaban a lo que estaban, asumiendo las tareas domésticas, sin derecho a voto, sin formar parte de la raza humana, consideradas  meros instrumentos de procreación para la sociedad.


Henrietta Swan Leavitt

Leavitt era de esas mujeres excepcionales que no se resignó a ser solo una vagina a dos piernas. Formó parte del  “Harén Pickering” (tiene guasa el nombre) o “computadoras de Harvard”, un grupo de mujeres dirigidas y contratadas por Edward Pickering, eran las calculadoras humanas en el observatorio Harvard, cobraban lo mismo que el servicio doméstico, 25 centavos la hora. Allí fue donde Henrietta Leavitt descubrió la primera cinta métrica para medir el cosmos: las cefeidas, unas estrellas pulsantes ya observadas en el siglo XVIII. Su descubrimiento fue la clave para que Edwin Hubble  demostrara que  el  cosmos está en expansión, dicho sea de paso el mayor hallazgo de la historia de la astronomía. La historia tiene mucha ironía y en 1925, un año después del descubrimiento de Hubble, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler escribió a Leavitt para decirle que iba a proponerla candidata al Premio Nobel. Le notificaron que llevaba cuatro años muerta.


Las Computadoras de Harvard

¿A cuento de qué viene todo esto? Pues bien, hace poco en un comentario en las redes sociales,  excusaban la ausencia de protagonismo de la mujer en la literatura por motivos “histórico culturales” y que por esa razón los mejores literatos eran hombres, como así sucede también en lo referente a la ciencia.  En el mismo comentario se me tildó de quejica. Sencillamente constaté una realidad de la que iré escribiendo en próximos posts.  Se negó a la mujer el acceso a todo conocimiento y todas aquellas que lo hicieron,    tuvieron que superar la negativa del hombre, ese macho alfa que en la época victoriana llenó de mujeres los psiquiátricos de Europa y EEUU, porque cualquier atisbo de inteligencia, cualquier asomo de creatividad estaba penado con cadena perpetua. Ser mujer en el pasado era ser poco más que ser un objeto con el que la raza humana procrea y obviar esto es un insulto a mi inteligencia. Simone Weil ya hablaba de ello, de la cosificación, el último escalafón de la degradación humana.

Aducir motivos históricos y culturales es de una soberana pobreza intelectual, un cáncer que asola una sociedad que no educa en valores de igualdad ni de memoria histórica. Está más que demostrada la inteligencia y genialidad de la mujer en todos los ámbitos, seguir amputando la memoria nos hace peores y nos empobrece.

La mujer ha formado parte de la historia de la humanidad, a pesar de vivir en una sociedad patriarcal, su voz no debe silenciarse, de igual modo no se deben silenciar las voces de los sometidos ni de los vencidos, ni se deben silenciar a todos aquellos que no tienen patria, ni a los que huyen de la guerra, ni se deben silenciar a los muertos.


A pesar del dolor, el silencio, el trabajo en régimen de esclavitud bajo las órdenes de Pickering, fue la perseverancia, la tenacidad y la inteligencia de Henrietta Leavitt, una mujer apasionada por la astronomía, la que dio la clave para que hombres como Hubble pudieran realizar sus descubrimientos, una mujer con un nombre que no sale en los libros de texto de los escolares, sencillamente se pasa de largo, como el juego de la oca, de hombre  a hombre y tiro porque me toca otro hombre, obviando el resto de casillas, mujeres sin nombre en la memoria colectiva.

Mª Carmen M. Galindo

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